De manera general, etimológicamente el término culto proviene del latín cultus, y que a su vez, viene del verbo colere, cuya significación es honrar, venerar. En un sentido amplio se puede hablar de culto siempre que se manifieste u mínimo de reverencia o reconocimiento hacia alguien o algo. Sin embargo, el termino culto es restringido al dominio religioso y entonces se da cuando el hombre rinde a la divinidad un homenaje de respeto, amor y sumisión.
En cuanto a la naturaleza del culto, podemos decir, que el culto se ha practicado desde siempre. De un pueblo o de un tiempo a otro puede variar la forma, elementos materiales o ideas, pero la postura anímica de la que brota el culto es siempre la misma. Y es que el culto tiene sus raíces en el mismo conocimiento y conciencia del hombre, que se descubre a sí mismo en dependencia de Dios. Mediante el culto el hombre intenta manifestar y establecer su relación con la divinidad. “El culto se considera siempre como medio apto para reflejar o crear entre el mundo divino y el humano una serie de intercambios, una especie de circuitos de fuerzas vitales y místicas”.
Dada la naturaleza a la vez sensible y espiritual del hombre, dicha conciencia de dependencia respecto a la divinidad y el intento de comunicarse con ella no quedan limitados a actos internos, sino que se manifiestan mediante actos exteriores. Todo este complejo de actos integran lo que llamamos culto es, pues, expresión visible de la naturaleza interna de la religión respectiva. De ahí que el culto esté reflejado inequívocamente el desarrollo histórico de cada religión.
Por otro lado el culto es la expresión y la actuación concreta en que se despliega la religión, en cuanto conocimiento y aceptación de la relación fundamental que se une al hombre con Dios. Se debe entender que tal relación entre el hombre y Dios nace propiamente del conocimiento de nuestro ser finito que nos sitúa en una posición distinta del ser transcendental e infinito, es decir, Dios. Por lo que esto también hace que se reconozca una cierta dependencia de él y tal dependencia hace que la expresemos y la manifestemos en ciertas actitudes de practicas, tales como: adoración, acción de gracias, de suplicas y por esto que la religión se hace específicamente culto.
Así pues, el culto es un momento, por así decir, fenoménico de la religión. Pero esto no quiere decir que la religión se reduce solo al culto, la religión ve más allá. El culto solo se convierte en una parte esencial de este, es decir, en el momento manifestativo de la naturaleza más propiamente especifica de la religión, que es el de ser reconocimiento de la relación inmediata con Dios que existe entre el hombre y Dios.
Bajo este aspecto, podemos decir que, el culto deriva de la religión su carácter relacional totalitario, en cuanto que se actúa tanto en el plano interior del alma y del espíritu como en el exterior del cuerpo; por consiguiente el culto reside en la intimidad, pero se manifiesta necesariamente por fuera con acciones que afectando tanto al cuerpo del hombre como el tiempo y el espacio en él que existe de hecho, dan origen a gestos, acciones culturales, es decir, a los ritos y crean tiempos y lugares de culto.
Dada la íntima relación con Dios que existe entre religión y culto, este se concretará en formas universales semejantes, hasta ser comunes a todos los pueblos, en cuanto que la religión misma es un hecho humano universal. Así pues, las formas culturales comunes a todos los hombres y a todos los tiempos son: la oración, el sacrificio, las fiestas, los santuarios (templos y demás lugares de culto). Sin embargo, estas mismas formas asumirán modos expresivos diferentes, no sólo en dependencia de la cultura autóctona o importada en que se desarrollan, sino también y sobre todo debido al contenido religioso diverso que están llamadas a expresar. Juan Martin Velasco citando a Mowinkel dice que, las diferentes clasificaciones religiosas, divide éstas en tres grupos: el culto, que abarca los ritos; el mito y la acción ética.
Mowinkel constata cómo mientras en los movimientos religiosos influidos por el racionalismo se ha tenido el culto y sus prescripciones como algo sólo relativamente importante, ocupando en ellos el lugar central de la doctrina y la palabra, como sucede en el protestantismo, en las religiones antiguas primitivas, tal como las han dado a conocer la etnología y la ciencia de las religiones, lo más importante era el culto; y esto no es la señal de ninguna imperfección o decadencia religiosa, sino que corresponde a una “necesidad religiosa primaria” y a una “ley fundamental de la religión”.
Panikkar se pregunta si el culto no será “la religión como tal en acción”. Y Schaeffler escribe, por su parte, que “donde quiera que, en la historia o en la actualidad, nos encontramos con religiones, el culto desempeña para ellas un papel extraordinario” hasta el punto de que, según él, la presencia o la ausencia del culto es el criterio para el reconocimiento de unos hechos como religiosos, ya que la historia de las religiones está estrechamente ligada con la historia del culto.
La expresión y la actuación concreta en la que se manifiestan las diversas religiones es el culto. En realidad, religión significa conocimiento y aceptación de una relación fundamental entre el hombre y el ser absoluto, trascendente y personal. Esta relación, en cuanto brota del conocimiento de nuestro ser creatural, por un lado pone al hombre en condición distinta de Dios y, por otro, lo lleva a reconocer su dependencia de él.
El culto, aun cuando no expresa toda la rica implicación de la relación religiosa (como, por ejemplo, el conocimiento de Dios, la vida moral), es el momento expresivo y manifestativo de lo que fundamentalmente es la religión; implica tanto la actitud interior como la exterior del hombre. La expresión externa del culto consiste en acciones que tocan la esfera corpórea humana y ocupan el tiempo y el espacio. En efecto, toda expresión cultual está constituida por ritos que exigen tiempos y lugares sagrados.
La naturaleza del culto es tal que no se puede reducir, ni siquiera en sus manifestaciones exteriores, a una pura funcionalidad, en el sentido de que su valor venga dado solamente por el hecho de favorecer o sostener la relación religiosa con la divinidad; más aún, el culto mismo constituye y expresa la relación Dios-hombre. Puesto que la relación entre culto y religión es sustancial e íntima y, por otra parte, la religión constituye una dimensión esencial del hombre, un hecho universal, el culto se encuentra realizado en formas concretas universalmente semejantes, muchas veces incluso comunes a todos los pueblos (por ejemplo, la oración, el sacrificio, las fiestas, los templos, etc.). Estas formas, sin embargo, adquieren expresiones diversas no sólo debido al elemento cultural, sino debido igualmente al contenido al que hacen referencia.
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