miércoles, 26 de julio de 2017

El Ser Humano en la Creación.

En el tema anterior estudiamos la doctrina cristiana de la creación como un conocimiento religioso del universo que plantea, que todo lo que existe tiene su origen en Dios y sólo en Él encuentra su sentido su realización plena.

1. El ser humano, imagen y semejanza de Dios.
Un ser muy especial dentro de la creación de Dios lo constituye el ser humano. Así lo presenta la Sagrada Escritura cuando afirma que éste fue creado a imagen y semejanza de Dios.
Dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que tenga autoridad sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo, sobre los animales del campo, las fieras salvajes y los reptiles que se arrastran por el suelo.»
Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Varón y mujer los creó.  (Gén. 1, 26-27)
Entre muchas más destaca el salmo 8, donde el salmista se maravilla de la condición sin igual que tiene el ser humano en la creación:
“Oh Yahveh, Señor nuestro, qué glorioso tu nombre por toda la tierra! Tú que exaltaste tu majestad sobre los cielos, en boca de los niños, los que aún maman, dispones baluarte frente a tus adversarios, para acabar con enemigos y rebeldes.
Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas, que fijaste tú,  ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para darle poder? Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor; le hiciste señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies…” (2-7)

El ser humano no sólo es imagen y semejanza de Dios, sino que está llamado, desde el principio, a participar con Él en la conservación y desarrollo de la creación, sabiendo que el propio ser humano también está llamado a conservarse y desarrollarse junto con ella. De ahí que toda la creación y dentro de ella el ser humano estén inacabados y orientados a conseguir la plenitud que anhelan.

Somos seres en fermentación.
Así lo afirma Ernest Bloch: “somos seres en fermentación... Estamos incompletos como ningún otro ser vivo... Algo nos arrastra y nos impulsa. Es porque existe ya en nosotros un Alguien o basta para ello estar vivo, y por tanto estar hambriento? En los animales y en los que nos iguala a ellos, el hambre de alimentos, de compañero, de protección, cesa tan pronto ha sido satisfecha. No permanece, como en el hombre, demandando más, con un nuevo adónde y para qué” .
El ser humano se encuentra en busca de sentido porque posee una dignidad sin igual que le hace diferente a todo lo creado. En el ser humano hay una inquietud insaciable, que lo hace caminar siempre hacia más, nunca está satisfecho consigo mismo. Tiene la extraña virtud de medirse con una vara superior a la suya.
Este deseo de más que existe en el ser humano no se explica sólo por su existencia, por su estar vivo. En él existe un Alguien superior, que le mueve hacia más, y el cual le sirve de medida.
El ser humano se siente y considera superior a todas las criaturas. Muchos afirman que esta superioridad le viene por su ser racional. Como piensa, crea conciencia de su superioridad sobre los demás seres creados. Nos preguntamos: Será sólo este ser racional lo que hace al ser humano superior? Desde la antropología cristiana respondemos que no. La racionalidad es reflejo de su dignidad sin igual, pero no la fuente. Porque en este caso la grandeza del ser humano provendría de la comparación con algo que le es inferior.
Lo que hace grande al ser humano no es la posibilidad de compararse a lo inferior, sino todo lo contrario, con lo que es superior, es decir, con Dios. Pablo al escribir a los corintios les dice: “Qué estúpidos! se miden con su propia medida y luego se comparan consigo mismo”(2Cor.10,12). Lo mismo podemos decir de los que fundamentan la grandeza del ser humano en la comparación con seres inferiores a él.
Kierkegaard afirma al respecto: “El yo delante de Dios alcanza una nueva cualidad o cualificación. Ya no es solamente un yo humano, sino lo que yo llamaría -en la esperanza de que no se me comprenda mal- el yo teológico, un yo delante de Dios. Y qué realidad infinita la que alcanza entonces al saber que está delante de Dios y convertirse en un yo humano cuya medida es Dios! Un vaquero que no fuera más que un yo delante de sus vacas, no sería más que un yo bien inferior; lo mismo que un soberano, yo delante de sus esclavos, solo es un yo inferior... Pero que rango tan infinito no adquiere el yo cuando Dios se convierte en medida suya! La medida del yo siempre es aquello que el yo tiene delante, esto es definir, lo que es la medida. Del mismo modo que sólo se suman las grandezas del mismo orden; así todas las cosas son cualitativamente idénticas a su medida” .
Como el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios, tan sólo Él puede ser su medida adecuada, pues como decía San Agustín “el ser humano es un dios creado” . Xabier Zubiri, reflexionando sobre el ser humano nos dirá que: “el hombre es una manera finita de ser Dios” .
La raíz de la superioridad del ser humano está en que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Esta es también la razón última de su dignidad, lo que lo convierte en un ser único y lo que hace que siempre se sienta insatisfecho porque se compara a su medida: Dios.[Ver Evangelium Vitae 35]
Dios es la medida de los humano. Para saber en qué consiste lo humano hay que mirar a Dios. Según sea nuestra imagen de Dios así será la del ser humano. Por eso al perder el sentido de Dios, se pierde también el sentido del ser humano, de su dignidad y de su vida.[Ver Evangelium Vitae 21]
En el libro de Eclesiástico  17,3-7. Nos habla de esta experiencia. [Leerlo]
Es en Cristo en que encontramos el culmen de esa imagen de Dios. Cristo, el hombre perfecto, es quien nos revela que significa ser imagen de Dios. Esto lo podemos ver en dos grandes hechos:

La encarnación muestra la grandeza del ser humano. Si Dios se hace persona humana, ser persona es lo más grande que se puede ser. Existen varios testimonios de los santos padres que ilustran estas ideas:
San León Magno: “Reconoce, cristiano, tu dignidad, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina” .
San Ireneo: “Dios se hizo hombre para que el hombre llegue a ser Dios” .
San Agustín : “El Hijo descendió para que nosotros subiésemos y, permaneciendo en su naturaleza, se hizo partícipe de la nuestra, a fin de que nosotros, permaneciendo en nuestra naturaleza, fuéramos hechos partícipes de la suya” .
La redención nuestra que tan valioso son los seres humanos a los ojos de Dios, pues “han sido rescatados no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancha, Cristo” (1Pe. 1, 18-19). Juan Pablo II escribe al respecto : “precisamente contemplando la sangre preciosa de Cristo, signo de su entrega de amor (cf. Jn. 13,1), el creyente aprende a reconocer y apreciar la dignidad casi divina de todo hombre y puede exclamar con nuevo y grato estupor : Qué valor debe tener el hombre a los ojos del creador, si ha merecido tener tan gran redentor ! (Himno Exsultet de la Vigilia pascual) si Dios ha dado a su Hijo, a fin de que él, el hombre, no muera sino que tenga la vida eterna (cf. Jn. 3,16)” .

Inviolabilidad de la persona humana
“Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios hizo Él al hombre”( Gn. 9,6)
El principio fundamental para afirmar la inviolabilidad de la persona humana, está en su condición de ser imagen de Dios, según el contexto general del Antiguo Testamento.
La idea de la creación del ser humano a imagen de los dioses, no la encontramos sólo en la Biblia. En los poemas babilónicos y egipcios sobre la creación se emplea esta misma idea, aunque con mucha diferencia. En Egipto el Faraón es la imagen viviente del dios en la tierra. De modo que sólo Él sería imagen de dios. En la Biblia, son todos los seres humanos los que son imagen de Dios.
El ser humano es señor de la creación, pero no como en los otros pueblos de forma aristocrática, sino democrática. Domina sobre el resto de la creación, no sobre otro hombre. Para San Agustín no se manda igual en casa de un “pagano” que en la de un cristiano: “en casa del justo, que vive de la fe y peregrina aún lejos de la ciudad celestial, sirven también los que mandan a aquellos que parecen dominar”.
“Esto es prescripción del orden natural. Así creó Dios al hombre. Domine, dice, a los peces del mar, y a las aves del cielo, y a todo reptil que se mueve sobre la tierra. Y quiso que el hombre racional, hecho a su imagen, dominara únicamente a los irracionales, no el hombre al hombre, sino el hombre a la bestia. Este es el motivo de que los primeros justos hayan sido pastores y no reyes... La primera causa de la servidumbre es el pecado que somete a un hombre a otro con el vínculo de la posición social... Sin embargo, por naturaleza, tal como Dios creó al principio al hombre, nadie es esclavo del hombre ni del pecado” .
De modo que existe en el ser humano un valor superior absoluto, que le hace ser “otro dios”. Un atentado contra el ser humano es un atentado contra Dios. Juan Pablo II nos dice: “La inviolabilidad de la persona, reflejo de la absoluta inviolabilidad del mismo Dios, encuentra su primera y fundamental expresión en la inviolabilidad de la vida humana” .  “Dios se proclama Señor absoluto de la vida del hombre, creado a su imagen y semejanza (cf. Gn. 1,26-28). Por tanto, la vida humana tiene un carácter sagrado e inviolable, en el que se refleja la inviolabilidad misma del creador. Precisamente por esto, Dios se hace juez severo de toda violación del mandamiento “no matarás”, que está en la base de la convivencia social” .
Todo ser humano es inviolable porque es imagen de Dios, hasta la integridad de el más repugnante criminal es inviolable, (recordemos la historia de Caín, en la cual Dios pone una marca para que se le respete la vida) por tal razón desde la perspectiva cristiana es inaceptable la pena de muerte y otras tantas formas de destrucción de la vida.
Para terminar podemos afirmar que la verdadera inviolabilidad de la persona se realiza en el ejercicio del mandamiento del amor, ya que a quien ama todo le sirve para el bien.

Capacidad de autodeterminación.
En este apartado reflexionaremos sobre la cuestión de la libertad humana y sus implicaciones. Este texto del Concilio Vaticano II, puede ayudarnos a situar desde el principio el tema: “La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión” . Esta es la razón de ser última de la autodeterminación del ser humano, su condición de ser semejanza divina.
Santo Tomás de Aquino refiriéndose al tema nos dice: “Cuando decimos que el hombre ha sido hecho a imagen de Dios, entendemos por imagen, como dice San Juan Damasceno, un ser dotado de inteligencia, libre albedrío y dominio de sus propios actos. Por eso, después de haber tratado del ejemplar, de Dios, y de cuanto produjo el poder divino según su voluntad, nos queda estudiar su imagen, es decir, como principio que es también de sus propias acciones por tener libre albedrío y dominio de sus actos” .
Como vemos Dios crea según su voluntad, o sea, libremente. De ahí que su imagen que es el ser humano, deberá caracterizarse no sólo por su racionalidad, sino también por la libertad, la cual es una facultad característica de Dios creador. Libertad que ha de entenderse fundamentalmente como dominio de sí mismo.
El ser humano es “providencia de sí mismo”, su futuro está en sus manos, pues “el Señor al principio hizo al hombre y lo dejó en manos de su propio albedrío”(Eclo. 15,14). Santo Tomás nos dice: “La criatura racional se encuentra sometida a la divina providencia de una manera muy superior a las demás, porque participa de la providencia como tal, y es providente para sí misma y para las demás cosas” .
Esta libertad dada por Dios se realiza sólo desde Dios. Puede ser que a algunos les resulte extraño que un ser omnipotente cree seres libres, ya que parece que el sometimiento al poder exige dependencia. Pero resulta que si Dios no fuera capaz de crear seres libres, su poder sería muy limitado, estaría atrapado en el poder, y no sería tal omnipotente pues no sería capaz de dar la verdadera libertad.
Esta libertad dada por Dios, en la que se manifiesta la imagen de Dios, consiste principal y fundamentalmente en la capacidad que tiene el ser humano de elegirse a sí mismo, decidiendo sobre su vida, en la facultad de realizarse a sí mismo de una vez y para siempre, en suma, en el poder da salvarse o de perderse. Esta libertad se realiza cuando se busca lo que es definitivo, aquello que nos hace verdaderamente humanos, el Reino de Dios.
Esta libertad es finita y condicionada.  La libertad está hecha para el bien y se realiza en el bien. Sien embargo, la libertad puede volverse contra Dios y perderse. Esta posibilidad, que depende en última instancia de la voluntad, y manifiesta su capacidad de elegir y decidir, se explica fundamentalmente por la finitud y la limitación del ser humano, por el hecho de que el ser humano conoce la verdad en la oscuridad de la fe.
La libertad está limitada por la finitud y herida por el pecado. Es una libertad condicionada, libertad creada. Nuestra libertad está necesariamente condicionada por el ambiente y es profundamente ambigua, en el sentido más profundo y por tanto misteriosa. No siempre hacemos el bien que queremos y otras veces hacemos el mal que no queremos. La libertad llevada a lo absoluto y si referencia a Dios, termina siendo pérdida de la libertad.
La libertad es dada para amar. De ahí que la libertad tenga una referencia constitutiva más allá de uno mismo. El cristiano encuentra en Jesús el modelo más acabado de libertad : Él es el hombre libre en su referencia constante y constitutiva a Dios. El eje central de la vida de ese Jesús es el amor y a vivir en el amor nos llama. La libertad auténtica se concibe como “libertad frente a las sugestiones del instante; resiste a la llamada y a la presión de las sugestiones momentáneas. Esto sólo es posible si el comportamiento humano está determinado por un motivo que supera los límites del instante presente, es decir por una ley. La libertad es obediencia a una ley, cuya validez ha sido reconocida y aceptada por el hombre, que la admite como la ley de su propio ser” . Esta ley para el cristiano es el mandato del amor, dado por el propio Jesucristo como señal por la que reconocerá, a los discípulos.
Quedaría una cuestión por dilucidar, la relación entre gracia y libertad; pero esto corresponde a la temática tratar en la antropología II.

El ser humano, un ser relacional.
El ser humano por naturaleza es un ser social, cuyo fundamento es la convivencia pacífica y fraterna basada en el amor. Para muchos pensadores, teólogos entre ellos, la primera expresión de esta dimensión social del ser humano fundamentada en el amor es la diferencia sexual, la cual orienta al varón y a la mujer el uno hacia el otro. Este ordenamiento es anterior, en el libro del Génesis, al mandato de la fecundidad, lo cual nos hace pensar que la diferencia sexual entre los seres humanos antes de estar ordenada a la fertilidad, está ordenada a mostrar la imagen de Dios.
En la historia de la teología a los teólogos de occidente le ha resultado difícil aceptar que la imagen de Dios se muestre en la diferencia sexual, ya que consideraban que la imagen de Dios sólo se realiza a nivel del alma racional. San Agustín enseñaba: “no me parece probable la sentencia de aquellos que opinan se puede describir una trinidad, imagen de Dios, en tres personas, por referirnos a la humana naturaleza; por ejemplo, en el ayuntamiento del varón y la mujer, y, como complemento, en su descendencia” . Para él el ser humano “es imagen de Dios según la mente, no según la amplitud de toda su naturaleza”, ya que en ella “encontramos una trinidad en el hombre: la mente, la noticia que le lleva a su conocimiento y el amor con que se ama” .
Entre los teólogos griegos si encontramos una cierta reflexión en esta línea, veía en la unidad familiar: padre, madre, hijos un punto de comparación con la Trinidad.
Los tiempos actuales se ha profundizado en esta postura. Dos teólogos como ejemplo.
Karl Bart. Defiende que la imagen de Dios se puede situar también en la bisexualidad humana con todo lo que tiene de comunicación y corporeidad. No es bueno que el ser humano se encuentre sólo, una persona sola no es una buena creación, ni imagen del Dios Trino, pero tampoco lo sería un ser incapaz de comunicación. Como Dios no es un Dios solitario lo humano que es su imagen y semejanza necesita de un otro en el cual se reconoce, como semejante y como distinto. Diferencia y semejanza son condiciones necesarias para que se de la comunicación y la relación. En la condición de bixesualidad del ser humano se dan tanto la diferencia como la semejanza.
Bart enseña: “Una humanidad que no fuera cohumanidad sería sinónimo de inhumanidad... Dios mismo, no es un Deus solitarius, sino el Deus trinus, o sea, que lo propiamente suyo es existir en relación, no podría reconocerse un homo solitarius. Al exigir que el hombre sea humano, es decir, libre para vivir en comunión con sus semejantes, Dios le llama a confirmar en sí mismo que es su imagen” . La primera expresión de esto es la condición bixesual del ser humano.
El Papa Juan Pablo II. Ve en Génesis 1,27 como tanto el varón como la mujer fueron creados a imagen de Dios y por tanto portadores de una igualdad fundamental. Llamados a vivir en una ejemplar comunión y gratuidad. “El hombre no puede existir solo (cf. Gen. 2,18) puede existir solamente como unidad de los dos y, por consiguiente, en relación con otra persona humana. Se trata de una relación recíproca, del hombre con la mujer y de la mujer con el hombre. Ser persona a imagen y semejanza de Dios comporta también existir en relación al otro yo” .
El ser humano es por esencia un ser de relación existe por y para el otro. No puede realizarse en plenitud sin el otro, necesita abrirse y reconocerse en ese otro, que aunque diferente es a la vez semejante.

El ser humano, interlocutor de Dios.
Existe una pregunta fundamental que iluminaría nuestra reflexión sobre la imagen y semejanza de Dios en nosotros. ¿por qué Dios ha creado al ser humano al su imagen y semejanza ? La respuesta dada por la teología es que Dios quiere a los seres humanos como sus interlocutores. Por eso Dios crea un ser capaz de dar una respuesta adecuada a su amor, que pueda entrar en diálogo con Él. El ser humano no es Dios, depende de Dios, pero posee una dignidad sin igual que le hace casi como un Dios. Le habla cara a cara y en Jesucristo lo constituye en amigo (Jn. 15,15)
Esta condición de interlocutor de Dios, esa capacidad de diálogo y amistad le hace un ser especial en la creación; así lo enseña el Papa Juan Pablo II: “El mismo hombre en su propia humanidad recibe como don una especial imagen y semejanza de Dios. Esto significa no sólo racionalidad y libertad como propiedades constitutivas de la naturaleza humana, sino además, desde el principio, capacidad de una relación personal con Dios, como yo y como tú...” .

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