Juan Crisóstomo es uno de los cuatro grandes Padres del Oriente y de los tres grandes doctores ecuménicos de la iglesia griega. Predicador de elocuencia difícilmente igualable, se le atribuye, a partir del siglo IV, el sobrenombre de “Boca de oro”. Declarado doctor de la iglesia por el papa Pio V en 1568. Se celebra su fiesta el 13 de septiembre. Nació en Antioquia entre el 344 y el 354. Hijo de una familia cristiana, su padre, Secundo, quizás de origen latino, era general de la armada de Siria y su madre, Antusa, de pura ascendencia griega. Por lo que se puede deducir que venia de una familia acomodada.
Su primera educación la recibió de su madre quien había perdido a su marido contando ella con tan solo veinte años y cuando Juan era un niño. Aprendió filosofía con Adragathius y luego retorica con el famoso sofista Libanios. A los 18 años se enamoró de la doctrina sagrada. Al frete de la iglesia de Antioquía estaba por entonces el bienaventurado Melecio el confesor, se hacía acompañar del joven Juan, que luego fue bautizado por éste. Luego de esto fue promovido a lector. Durante este período tuvo como maestro de teología a Diodoro de Tarso.
Luego de esto se retiró a las montañas y encontró allí a un ermitaño anciano, con quien compartió la vida durante cuatro años. “Se retiró entonces a unas cuevas solo buscando, buscando ocultarse. Permaneció allí veinticuatro meses; la mayor parte del tiempo lo pasaba sin dormir, estudiando los testamentos de Cristo para despejar la ignorancia. Al no recostarse durante esos dos años, ni de noche ni de día, se le atrofiaron las partes infragástricas y las funciones de los riñones quedaron afectadas por el frío. Como no podía valerse por sí solo, volvió al puerto de la iglesia” (PALADIO, 5).
Una vez allí y después de haber servido al altar durante cinco años, Melecio lo ordena diacono en el año 381, y a principio del año 386, Flaviano, sucesor de Melecio, lo ordena sacerdote. Este último le asignó como deber especial el predicar en la iglesia principal de la ciudad. Durante doce años, desde el 386 hasta el 397, cumplió este oficio con tanto celo, habilidad y éxito, que se aseguró para siempre el título del más grande orador sagrado de la cristiandad. Fue durante este tiempo que pronunció sus más famosas homilías.
El 27 de septiembre del 397 murió el obispo de Constantinopla, Nectario. En su sucesión fue elegido Juan. Éste no mostraba ninguna apetencia por aceptar el cargo, por lo que fue llevado a la capital por orden de Arcadio por la fuerza y con engaño. Se le obligó a Teófilo, patriarca de Alejandría, a consagrarle el 26 de febrero del 398. Inmediatamente Crisóstomo comenzó su trabajo en la reforma de la ciudad y del clero, que se habían corrompido en tiempos de su predecesor. Su plan de reformar el clero y del laicado era quimérico; Destituyó a algunos clérigos y a sus diáconos notoriamente escandalosos y se esforzó en hacer desaparecer la lujuria, la avaricia y el desenfreno en muchos de sus colaboradores.
A pesar de que él mismo daba ejemplo de simplicidad y dedicó sus cuantiosos ingresos a crear hospitales y a socorrer a los pobres, sus esfuerzos llenos de celo por elevar el tono moral de los sacerdotes y del pueblo encontraron fuerte oposición. Esta se cambió en odio cuando en el año 401, en un sínodo de Éfeso, mando a deponer a seis obispos culpables de simonía. Por lo que creció más el odio hacia él, por lo que sus contrarios unieron fuerzas para destruirlo. A pesar de que al principio sus relaciones con la corte imperial habían sido amistosas, la situación cambió rápidamente después de la caída del todopoderoso e influyente Eutropio (399), consejero y secretario favorito del emperador Arcadio.
La autoridad imperial pasó a manos de la emperatriz Eudoxia, a quien le habían envenenado en contra de Juan, sugiriéndole insidiosamente que las invectivas de éste contra el lujo y la depravación iban directamente contra ella y contra su corte. Incluso hasta los propios colegas episcopales de Crisóstomo hicieron todo lo posible para fomentar el creciente resentimiento de Eudoxia contra el patriarca. En la fiesta de San Juan Bautista empezó su sermón con estas palabras: “Ya se enfurece nuevamente Herodías; nuevamente se conmueve; baila de nuevo y nuevamente pide en una bandeja la cabeza de Juan”. El emperador ordenó a Crisóstomo que cesara de ejercer las funciones eclesiásticas, cosa que él rehusó hacer. Entonces se le prohibió hacer uso de ninguna iglesia.
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