lunes, 22 de mayo de 2017

Aportes del Catolicismo en América Latina

En este trabajo que trata sobre los aporte del catolicismo en América Latina me especificaré en algunos escritos que realizaron las diferentes Conferencias Episcopales de Latino América sobre este tema como son: Puebla, Santo Domingo y Aparecida.    

No hay pueblos sin formas culturales. Por eso, evangelizar es también asumir y transfigurar culturas. La iglesia misma, como pueblo, genera cultura cristiana. Pero ninguna forma de cultura cristiana se confunde con la iglesia el vigor o la anemia de la cultura cristiana en un pueblo es pauta crítica de ese pueblo respecto de la iglesia y de esta respecto del pueblo y de si misma.      

La misión de la iglesia se realiza con hombres concretos, miembros de una sociedad que tiene sus valores, sus pautas culturales, sus estructuras sociales, economías y políticas. El pueblo latinoamericano integra el anhelo por una liberación histórica en sus apariciones a una salvación total, que no se agota en el cuadro de la existencia temporal.

La iglesia de América Latina, a lo largo de los siglos, ha tratado de ayudar al hombre a pesar de situaciones menos humanas a más humanas. Se ha esforzado por llamar a una continua conversión personal y social. Pide a los cristianos que colaboren en el cambio de las estructuras injustas y que comuniquen valores cristianos a la cultura donde viven.

La iglesia está haciendo grandes esfuerzos por la promoción del campesino, del indígena, del obrero y del marginado de todo tipo, pues la dolorosa situación de un  pueblo creyente exige creatividad y nuevas iniciativa que hagan eficaz la proclamación de la buena nueva con la palabra y el testimonio de vida.
 
La fe en America Latina, desde el inicio de su evangelización, se tipifica por una peculiar devoción a la pasión y a la cruz del, señor al santísimo sacramento y la virgen María. Estas grandes devociones y sus celebraciones populares han sido distintivos del catolicismo latinoamericano.

La Iglesia quiere únicamente indicar los valores morales de cada situación y formar a los ciudadanos para que puedan decidir consciente y libremente; en este sentido, no dejará de insistir en el empeño que se debe poner para asegurar la consolidación de la familia como célula base de la sociedad, y de la juventud, cuya formación constituye un factor decisivo para el porvenir de una nación; y, también, pero no por último, defendiendo y promoviendo los valores subyacentes en todos los estratos sociales, especialmente en los pueblos indígenas.

¿Qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas. Cristo era el Salvador que anhelaban silenciosamente. Ha significado también haber recibido, con las aguas del bautismo, la vida divina que los hizo hijos de Dios por adopción; haber recibido, además, el Espíritu Santo que ha venido a fecundar sus culturas, purificándolas y desarrollando los numerosos gérmenes y semillas que el Verbo encarnado había puesto en ellas, orientándolas así por los caminos del Evangelio. En efecto, el anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña. 

Las auténticas culturas no están cerradas en sí mismas ni petrificadas en un determinado punto de la historia, sino que están abiertas, más aún, buscan el encuentro con otras culturas, esperan alcanzar la universalidad en el encuentro y el diálogo con otras formas de vida y con los elementos que puedan llevar a una nueva síntesis en la que se respete siempre la diversidad de las expresiones y de su realización cultural concreta.
               
En última instancia, sólo la verdad unifica y su prueba es el amor. Por eso Cristo, siendo realmente el Logos encarnado, "el amor hasta el extremo", no es ajeno a cultura alguna ni a ninguna persona; por el contrario, la respuesta anhelada en el corazón de las culturas es lo que les da su identidad última, uniendo a la humanidad y respetando a la vez la riqueza de las diversidades, abriendo a todos al crecimiento en la verdadera humanización, en el auténtico progreso. El Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura.

La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado.

La sabiduría de los pueblos originarios les llevó afortunadamente a formar una síntesis entre sus culturas y la fe cristiana que los misioneros les ofrecían. De allí ha nacido la rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos:

- El amor a Cristo sufriente, el Dios de la compasión, del perdón y de la reconciliación; el Dios que nos ha amado hasta entregarse por nosotros;

- El amor al Señor presente en la Eucaristía, el Dios encarnado, muerto y resucitado para ser Pan de Vida;

- El Dios cercano a los pobres y a los que sufren.

Esta religiosidad se expresa también en la devoción a los santos con sus fiestas patronales, en el amor al Papa y a los demás Pastores, en el amor a la Iglesia universal como gran familia de Dios que nunca puede ni debe dejar solos o en la miseria a sus propios hijos. Todo ello forma el gran mosaico de la religiosidad popular que es el precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina, y que ella debe proteger, promover y, en lo que fuera necesario, también purificar.    


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