En
este trabajo que trata sobre los aporte del catolicismo en América Latina me
especificaré en algunos escritos que realizaron las diferentes Conferencias Episcopales de Latino América sobre este tema como son: Puebla, Santo Domingo y Aparecida.
No
hay pueblos sin formas culturales. Por eso, evangelizar es también asumir y
transfigurar culturas. La iglesia misma, como pueblo, genera cultura cristiana.
Pero ninguna forma de cultura cristiana se confunde con la iglesia el vigor o
la anemia de la cultura cristiana en un pueblo es pauta crítica de ese pueblo
respecto de la iglesia y de esta respecto del pueblo y de si misma.
La
misión de la iglesia se realiza con hombres concretos, miembros de una sociedad
que tiene sus valores, sus pautas culturales, sus estructuras sociales,
economías y políticas. El
pueblo latinoamericano integra el anhelo por una liberación histórica en sus
apariciones a una salvación total, que no se agota en el cuadro de la
existencia temporal.
La
iglesia de América Latina, a lo largo de los siglos, ha tratado de ayudar al
hombre a pesar de situaciones menos humanas a más humanas. Se ha esforzado por
llamar a una continua conversión personal y social. Pide a los cristianos que
colaboren en el cambio de las estructuras injustas y que comuniquen valores
cristianos a la cultura donde viven.
La
iglesia está haciendo grandes esfuerzos por la promoción del campesino, del
indígena, del obrero y del marginado de todo tipo, pues la dolorosa situación
de un pueblo creyente exige creatividad
y nuevas iniciativa que hagan eficaz la proclamación de la buena nueva con la
palabra y el testimonio de vida.
La
fe en America Latina, desde el inicio de su evangelización, se tipifica por una
peculiar devoción a la pasión y a la cruz del, señor al santísimo sacramento y
la virgen María. Estas grandes devociones y sus celebraciones populares han
sido distintivos del catolicismo latinoamericano.
¿Qué ha significado la aceptación de la fe
cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe? Para ellos ha
significado conocer y acoger a Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados,
sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas. Cristo era el
Salvador que anhelaban silenciosamente. Ha significado también haber recibido,
con las aguas del bautismo, la vida divina que los hizo hijos de Dios por
adopción; haber recibido, además, el Espíritu Santo que ha venido a fecundar
sus culturas, purificándolas y desarrollando los numerosos gérmenes y semillas
que el Verbo encarnado había puesto en ellas, orientándolas así por los
caminos del Evangelio. En efecto, el anuncio de Jesús y de su Evangelio no
supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue
una imposición de una cultura extraña.
Las auténticas culturas no están cerradas en sí mismas ni petrificadas en un determinado punto de la historia, sino que están abiertas, más aún, buscan el encuentro con otras culturas, esperan alcanzar la universalidad en el encuentro y el diálogo con otras formas de vida y con los elementos que puedan llevar a una nueva síntesis en la que se respete siempre la diversidad de las expresiones y de su realización cultural concreta.
Las auténticas culturas no están cerradas en sí mismas ni petrificadas en un determinado punto de la historia, sino que están abiertas, más aún, buscan el encuentro con otras culturas, esperan alcanzar la universalidad en el encuentro y el diálogo con otras formas de vida y con los elementos que puedan llevar a una nueva síntesis en la que se respete siempre la diversidad de las expresiones y de su realización cultural concreta.
En última instancia, sólo la verdad
unifica y su prueba es el amor. Por eso Cristo, siendo realmente el Logos
encarnado, "el amor hasta el extremo", no es ajeno a cultura alguna
ni a ninguna persona; por el contrario, la respuesta anhelada en el corazón de
las culturas es lo que les da su identidad última, uniendo a la humanidad y respetando
a la vez la riqueza de las diversidades, abriendo a todos al crecimiento en la
verdadera humanización, en el auténtico progreso. El Verbo de Dios, haciéndose
carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura.
La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y dela Iglesia
universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una
involución hacia un momento histórico anclado en el pasado.
La sabiduría de los pueblos originarios les llevó afortunadamente a formar una síntesis entre sus culturas y la fe cristiana que los misioneros les ofrecían. De allí ha nacido la rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos:
- El amor a Cristo sufriente, el Dios de la compasión, del perdón y de la reconciliación; el Dios que nos ha amado hasta entregarse por nosotros;
- El amor al Señor presente enla
Eucaristía , el Dios encarnado, muerto y resucitado para ser
Pan de Vida;
- El Dios cercano a los pobres y a los que sufren.
La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de
La sabiduría de los pueblos originarios les llevó afortunadamente a formar una síntesis entre sus culturas y la fe cristiana que los misioneros les ofrecían. De allí ha nacido la rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos:
- El amor a Cristo sufriente, el Dios de la compasión, del perdón y de la reconciliación; el Dios que nos ha amado hasta entregarse por nosotros;
- El amor al Señor presente en
- El Dios cercano a los pobres y a los que sufren.
Esta religiosidad se expresa también en la
devoción a los santos con sus fiestas patronales, en el amor al Papa y a los
demás Pastores, en el amor a la
Iglesia universal como gran familia de Dios que nunca puede
ni debe dejar solos o en la miseria a sus propios hijos. Todo ello forma el
gran mosaico de la religiosidad popular que es el precioso tesoro de la Iglesia católica en
América Latina, y que ella debe proteger, promover y, en lo que fuera
necesario, también purificar.
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