En Inglaterra pronto surgirá un movimiento renovador, que seguirá los pasos de la “Nouvelle Vague” francesa y pretende romper los moldes estéticos y la mitología personalista de los “académicos”.
La comparecencia de los políticos exiliados, hace que la televisión se convierta en un espectáculo nuevo, incluso más atractivo que el cine, y se contagie también de la euforia propia de haberse desembarazado de un régimen de fuerza. En los meses que preceden a las elecciones de 1962, los cines de Santo Domingo anuncian la exhibición de una serie de “documentos histórico”, como por ejemplo: hombres de América, yo sabia demasiado, etc.
En esa coyuntura, precisamente, surge el proyecto de filmar La Silla, un monólogo del dramaturgo y comediógrafo Franklin Domínguez, que trata de reflejar el sentimiento de culpabilidad de quienes no tuvieron más remedios que someterse para sobrevivir, de una u otra, a los años de la tiranía de Trujillo.
Después de su premier en el Teatro Colon, de santiago, la prensa desplegó una amplia campaña previa al estreno en el Teatro Elite de la capital, el día 9 de febrero de 1963.
La crítica agotó los objetivos, y el estreno de “la primera película dominicana” se convirtió en tema obligado de conversación y materia para muchos comentarios periodístico. “Un film de un solo actor, sin paisaje. La Secretaria de Estado de Educación, Bellas artes y Cultos, se apresuró a recomendar la película al público dominicano “por considerarla una película de alto valor histórico y artístico, merecedora de la mejor acogida”.
La Silla sirvió de aliciente a otros dominicanos que soñaban con hacer cine y la breve apertura democrática de comienzos de los sesenta sirvió de catalizador para una serie de actividades paralelas, como el movimiento de cine-clubes, y los primeros cursos de apreciación cinematográfica, que se extenderían hasta la década de los setentas.
El nuevo paréntesis que abre la caída del gobierno constitucional de Juan Bosch y, dos años después, la revolución constitucionalista, hace que los cineasta dominicanos interrumpan bruscamente lo que parecía ser un buen comienzo en 1962.
La década de los años setenta nos descubre nuevos valores del débil joven cine dominicano, que se aventuraron a hacer cine en un medio mas propicio, y después de ganar cierto reconocimiento, intentan darse a conocer en su propia tierra. Entre esos “desconocidos”, destacan sobre todo, el desaparecido Oscar Torres y el joven Jean Louis Jorge.
En 1961, Oscar Torres dirige la obra mejor de su corta carrera en el cine cubano. Basándose en los episodios de la rebelión de los campesinos de la montaña de Oriente en 1934, Torres escribe el guión de Realengo 18, que pronto se convertiría en la película mejor lograda de los tres primeros años de labor del ICAIC, y unos de los mejores largometraje del nuevo cine cubano. Este film recibe el reconocimiento y el aplauso del jurado internacional de la III reseña de Cine Latinoamericano, en Sestri-Levante (Italia), en 1962. Como homenaje póstumo, la primera Cine-Muestra Dominicana, otorgó a la película de Oscar Torres el Premio a la Mejor Película, y el premio al mejor Guión. Era la primera vez que Oscar Torres era premiado por los dominicanos, e incluso la primera vez que muchos oían hablar de un dominicano que había sido director y maestro de cine profesional al otro lado del canal.
En 1973, el público dominicano descubre a otro nuevo cineasta dominicano, Jean Louis Jorge, que acababa de ganar el Primer Premio del Festival de Toulon (Francia), por su primera película, hecha en Estados Unidos, titulada La Serpiente de la Luna de los Piratas (1972).
Jean Louis Jorge, nacido en Santiago en 1947, había intentado estudiar arquitectura naval en Estados Unidos, para terminar dedicándose al cine en la Universidad de California (Los Angeles). Después de dos cortometrajes decide filmar Las Serpiente de la Luna de los Piratas, como trabajo de fin de carrera. En agosto de 1975, ya instalado en Francia, realiza su segundo largometraje –una especie de meditación sobre el cine y sus mentiras, titulada Melodrama.
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