En esta reflexión voy a presentar brevemente la concepción que tiene Wittgenstein sobre Dios. Iniciaremos presentando una breve biografía de éste para poder situarnos, luego pasaremos a señalar sus principales ideas sobre el lenguaje religioso junto a las tres vivencias y como se concibe lo bueno y por último veremos la parte mística del Tractatus.
Ludwig Wittgenstein (1889-1951), descendiente de una de las prominentes familias de Viena, alumno de Bertrand Russel en Cambridge, prisionero por parte de los italianos a finales de la Primera Guerra Mundial. Fue maestro en Cambridge en 1930. Con su Tractatus lógico-philosophicus (1921) influyó poderosamente en los neopositivistas del Círculo de Viena y con Investigaciones filosóficas dio un gran impulso a la filosofía analítica. Murió cerca de Elizabeth Anscombe, quien se encargó de que recibiera los auxilios de la Iglesia.
En cuanto al lenguaje religioso, Wittgenstein se refiere a Dios diciendo que el ser humano se hace una imagen alegóricacuando le esta orando a Éste, es decir, lo representamos como un ser humano súper poderoso, por así decirlo, cuya gracia nos queremos ganar. Pero tal alegoría describe también la vivencia de la que él acaba de hablar. La primera de ella, según él cree, es aquello a lo que la gente se refiere cuando dice que Dios creó el mundo; la segunda, la vivencia de la seguridad absoluta, que ha sido descrita con estas palabras: nos sentimos seguros en las manos de Dios. Una tercera vivencia de este tipo es la del sentimiento de culpa, descrito mediante la proposición: Dios desaprueba nuestra conducta.
En el lenguaje religioso podemos observar también lo “bueno”. Pero en Wittgenstein lo bueno no es precisamente “lo bueno”, algo que a su vez tendría nuevamente que ser fundamentado, sino que es lo que Dios ordena. Wittgenstein cita al teólogo Sclick, según el cual en la ética teológica se han dado dos concepciones de la esencia de lo bueno: primero, lo bueno es bueno porque Dios lo quiere y; segundo, Dios quiere lo bueno porque es bueno. Pero en su opinión, bueno es lo que Dios ordena, pues esto corta el camino a toda explicación tentativa de “por qué” es bueno, mientras que en la segunda es precisamente superficial, racionalista, que hace “como si” lo que es bueno aún tuviera que ser fundamentado.
La primera concepción dice claramente que la esencia de lo bueno nada tiene en común con los hechos y no puede, en consecuencia, ser explicada mediante proposición alguna. De existir una proposición capaz de expresar esto, ésta seria: bueno es lo que Dios ordena.
Las tres vivencias en las que lo absoluto, esto es, el valor absoluto, esto es, lo bueno, se nos aparecen, tienen que ver con Dios. El sentido del mundo, que ha de quedar fuera de él, tiene, pues, que ver con Dios:
¿Qué sé sobre Dios y la finalidad de la vida? Sé que este mundo existe. Que estoy situado en él como mi ojo en su campo visual. Que hay en él algo problemático que llamamos su sentido. Que este sentido no radica en él, sino fuera de él. Que la vida es el mundo. Que mi voluntad penetra el mundo. Que mi voluntad es buena o mala. Que bueno y malo dependen, por tanto, de algún modo del sentido de la vida. Que podemos llamar Dios al sentido de la vida, esto es, al sentido del mundo. Y conectar con ello la comparación de Dios con un padre.
Pensar en el sentido de de la vida es orar. Creer en un Dios quiere decir que ver con los hechos del mundo no basta. Creer en Dios quiere decir ver que la vida tiene un sentido.
La Parte Mística del Tractatus
Wittgenstein es muy consciente de que el único lenguaje que tiene sentido es el de la ciencia y que aunque ésta representa proyectivamente el mundo, sin embargo, más allá de la ciencia y el mundo está verdaderamente lo inexpresable, se muestra, y esto es lo místico; lo que es místico no es cómo sea el mundo, sino lo que sea este.
El sentido del mundo debe encontrarse fuera del mismo. En el mundo todo es como es y acontece como acontece: en él no hay valor alguno y si hubiera alguno no tendría ningún valor.
Y “sentimos que aunque todas las posibles preguntas de la ciencia recibieran una respuesta, los problemas de nuestra vida no serían ni siquiera tocados. Ciertamente no queda entonces ninguna pregunta, y esa es precisamente la respuesta”. En estas afirmaciones consiste precisamente la parte mística del Tractatus.
La posición empirista de Wittgenstein le llevó a negar la posibilidad de un acceso intelectual, racional a dichas realidades; consideró que en el mundo están presentes sólo los hechos, por lo que concluyó que Dios no se revela en el mundo y que ningún conocimiento relativo al mundo puede darle un sentido a este y a la vida. Para este autor lo místico se relaciona con la religión y con el sentido del mundo: el objeto de lo místico es Dios y los valores y estéticos absolutos.
La experiencia mística no es una experiencia que se da a través del conocimiento, sino por el sentimiento: el objeto del sentimiento místico no se ofrece en el mundo, no es un hecho y sólo de los hechos cabe el conocimiento. Sin embargo, hay otras formas de relacionarse con lo que hay, con lo existente, distinta a la relación cognitiva, por lo que surgiere que está del lado de los sentimientos: vemos como en el Tractatus expresa esto: “Sentir el mundo como un todo limitado es lo místico; esta experiencia es inefable, no se puede decir, pues está más allá de los limites del lenguaje: ¿No es ésta experiencia la razón de que los hombres que han llegado a ver claro el sentido de la vida, después de muchas dudas, no sepan decir en que consiste este sentido?” (Tractatus 6.521); de ahí la recomendación ultima del Tractatus: “De lo que no se puede hablar, es mejor callar”.
Bibliografía:
*Gerd, Brand. (1981). Los textos fundamentales de Ludwig Wittgenstein. Alianza editorial: Madrid.
*Reale, Giovanni & Antíseri, Dario. (2009). Historia de la filosofí. San Pablo: Bogotá – Colombia.
*Wittgenstein, Ludwig. (1957). Tractatus lógico – philosophicus. Revista de occidente: Madrid.
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