A principios del siglo 4 los cristianos
constituían una minoría dentro del mundo romano, no más del 10 por ciento de la
población. Tras Constantino y durante
los siglos precedentes la conversión en edad de discernimiento fue el cauce
ordinario de acceso a las comunidades cristianas. La Iglesia instituyó el
catecumenado, largo período de preparación ascética y doctrinal, que disponía
el neófito para la recepción del bautismo, conferido de ordinario en las
grandes solemnidades litúrgicas de Pascua y Pentecostés. Este tuvo su auge en
tiempos de Constantino cuando las muchedumbres paganas llamaban en masa a las
puertas de la Iglesia y pedían ser bautizadas.
Fue frecuente: nacer cristiano, de padres
bautizados, a partir del siglo IV y en el siglo V llegó a ser habitual a todo
lo ancho en la cuenca del Mediterráneo. Esto se convierte en normalidad, con la
consecuencia de alterar sensiblemente la disciplina bautismal. El catecumenado
terminó por desaparecer, al faltar los conversos adultos.