sábado, 12 de agosto de 2017

EL PLAN DE DIOS SOBRE LA PERSONA HUMANA.

1.1.- En el principio Dios creó, y vio que era muy bueno
Siguiendo los relatos bíblicos descubrimos que Dios al crear lo hace todo “muy bueno” (Gn 1,3) Toda la creación salió de la mano de Dios ordenada y llena de sentido, todo en ella tiene su lugar y su razón de ser (salmo 103), y por tanto, buena y llamada a permanecer.
El mal, el dolor, el sufrimiento y la muerte, presentes en ella, no son obra del Dios creador: “… Porque Dios no hizo la muerte, ni se alegra con la destrucción de los vivientes. El lo creó todo para que subsistiera, las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo reina sobre la tierra, porque la justicia es inmortal” (Sab. 1.13-15)
El origen del mal es el pecado humano, el cual tiene su raíz en la acción libre del ser humano que se niega a seguir las orientaciones de su creador. Este constituye un “añadido fatal”, el cual está destinado a desaparecer para siempre.
El relato del paraíso constituye una prueba de la bondad del plan creador-salvador de Dios. Al colocar al ser humano en un paraíso de delicia, Dios está manifestando su deseo acerca del destino del ser humano y el resto de la creación.
La sagrada Escritura para hablar de la sublimidad con que fue creado el ser humano, afirma que fue hecho a “imagen y semejanza de Dios” y que se le dio poder sobre el resto de la creación (Gn. 1,26-27. Cfr. Salmo 8) La teología clásica ha explicado esta verdad de fe afirmando que el ser humano ha sido creado en “estado de justicia original”, dotado de tres dones: los naturales, los sobrenaturales y los preternaturales.
Los naturales son aquellos requeridos por la naturaleza humana en cuanto tal. Los sobrenaturales que consisten en la visión beatífica y la gracia. Los preternaturales son bienes no exigidos por la naturaleza humana en cuanto tal, pero perfeccionan al ser humano en su naturaleza subsanando en su ser “defectos naturales”, tales como: la muerte, el dolor, el cansancio, la enfermedad, etc.



Los dones preternaturales. Problemática.  
Según la teología clásica, con el pecado, la condición humana habría variado. Los dones sobrenaturales y preternaturales se habrían perdido y la naturaleza habría .-
La redención realizada en y por Cristo abre la posibilidad de recuperar los dones sobrenaturales (Gracia y amistad con Dios), sin embargo los dones preternaturales se habrían perdido para siempre y la naturaleza continúa herida. Solo al final de los tiempos, en la parusía, el ser humano podría recuperar todos sus bienes.
Al respecto Gelabert comenta: “En este esquema el acento está puesto en los llamados dones preternaturales, como si, supuestamente, con solo ellos, el hombre estuviese acabado y pudiese alcanzar la felicidad. La gracia queda en un segundo plano, al no estar suficientemente valorada” .
Esta explicación sobre el maravilloso estado en que se encontraba el ser humano antes del pecado, presenta algunas dificultades. Veamos las más importantes.
- En la Sagrada Escritura nada se dice de esa situación privilegiada. Los textos solo se limitan a afirmar que Dios lo creó todo muy bueno, el mal, el dolor y el sufrimiento son frutos del pecado humano, no obra de Dios.
- Tanto la teología como las ciencias bíblicas modernas rechazan la interpretación historicista y literal de los relatos del génesis. Estos relatos, con su lenguaje simbólico, no se pueden ser considerados historia en el sentido moderno, son más bien etiologías que busca explicar las razones por las cuales el ser humano se encuentra en la actual situación.
¿Esto quiere decir que en ellos no hay nada de historia? El Papa PioXII, en la considerar historia como narración detallada de acontecimientos pasados, en él se narra un acontecimiento acaecido en el pasado: un suceso único en el comienzo de la humanidad: el hombre creado por Dios en estado de gracia, perdió, por su acción culpable, la amistad divina que se le ofreció ya desde el inicio.
- Es difícil hacer coincidir los datos de la arqueología y la representación del origen del mundo y del ser humano que supone tales afirmaciones. Para las ciencias arqueológicas el ser humano es un ser en evolución que avanza de menos a más, mientras que para esta visión teológica la perfección está en el principio; la historia no es más que un proceso de degradación, un pasar de más a menos.
- Como ya vimos en la antropología I, esta visión tampoco es compatible con lo que nos presentan tanto la Sagrada Escritura como la teología moderna.
- La obra de Cristo es reducida a un acto reparador de algunos de los aspectos de la vida del ser humano dañados por el pecado. Con Cristo se recuperan los dones sobrenaturales, pero no los preternaturales y la naturaleza sigue herida.

¿Qué decir?
La condición maravillosa en que se encontraba el ser humano, según la teología clásica en su doctrina del “estado de justicia original”, hay que entenderla, no como algo ya conseguido, sino como la meta a la que todo ser humano está llamado y que ha de conseguir en Cristo. El hombre perfecto no es Adam, sino Cristo, El es el verdadero hombre, con plenitud de comunión y naturaleza. Es la meta a la que todos debemos llegar (Ef. 4,13).
El ser humano, en los orígenes, lejos de encontrarse en la plenitud, se encuentra más bien en estado de infantilidad, es como un niño, el cual está llamado a alcanzar la madurez, la adultez. Hablando de estas cosas San Ireneo de Lión afirma: “Al hecho de que los hombres son recientemente llegados a la existencia, son como niños y, siendo como niños no están ni acostumbrados ni ejercitados en la conducta perfecta… Dios podía dar desde el comienzo la perfección al hombre, pero el hombre era incapaz de recibirla, pues no era más que un niño” .
San Pablo defendiendo la superioridad de la condición en la que Cristo coloca al ser humano con su resurrección afirma: “Esto es lo que dice la Escritura: El primer hombre, Adán, fue creado como un ser viviente; el último Adán, en cambio, es un ser espiritual que da la Vida. Pero no existió primero lo espiritual sino lo puramente natural; lo espiritual viene después. El primer hombre procede de la tierra y es terrenal; pero el segundo hombre procede del cielo”. (1 Cor. 15, 45-47) Esto nos impone una visión progresiva del ser humano, que comienza en lo “puramente natural” y culmina con la plenificación de lo humano por el don del Espíritu que nos regala Jesucristo.

1.2.- Dios crea y llama a la vida en Gracia.
Es una verdad de fe que Dios ha creado al ser humano, lo conserva y lo llama a la comunión plena con El, por puro amor. El Concilio Vaticano II afirma que: “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador” (GS.19. Cf. GS.24)
El ser humano ha sido creado para la comunión con Dios desde el principio, con anterioridad a cualquier decisión personal. Toda su vida, su historia, se desarrolla en el marco de esa llamada de su creador. Vive bañado por una atmósfera de gracia que le envuelve y le precede. Ahora bien, toda llamada exige una respuesta. Este es un principio fundamental en la economía de la salvación. San Agustín nos dirá: “el que te creó sin ti, no te salvará sin ti” . La salvación de Dios, también exige una respuesta del ser humano y de ella depende la realización de esa salvación que Dios le ofrece gratuitamente.
La llamada de Dios se traduce, en el ser humano, en un deseo profundo de los bienes prometidos, el cual es anterior a toda acción libre de éste y determina su existencia histórica, concreta.
En el ser humano existe un ‘plus’, un deseo del Trascendente que no se rompe con el pecado. Este no destruye esa orientación fundamental del ser humano hacia Dios, pues, en efecto, en el ser humano existe una ‘nostalgia’ de Dios, aquello que San Agustín llamó una inquietud: “nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” .
Adam, como todo ser humano, estaba llamado a la comunión con Dios. No se encontraba en la meta, se hallaba en el camino y, como todos, tenía que dar una respuesta al llamado de Dios. El rechazó la llamada de Dios pecando, y no pudo llegar a realizar aquello a que había sido destinado desde el principio.

1.3.- Toda salvación se da en Cristo.
La fe cristiana afirma que Cristo es el sentido y término de la creación. Todos hemos sido  creados en y por Cristo, y elegidos por Dios para ser hijos, en el Hijo Jesucristo, desde antes de todos los tiempos. (Cf. Ef. 1,3ss. Col. 1,15-20) De ahí que toda salvación se dé en Cristo y por Cristo.
Cristo nos precede en todo y es el camino a seguir para realizar la vocación a la que está llamado el ser humano. Él es “el hombre perfecto” que muestra al ser humano la dignidad y sublimidad de su vocación (GS22).
Si todo el ser humano está orientada hacia Cristo desde el principio, la pregunta que se hacían los clásicos: “si Adam no hubiese pecado, ¿Cristo se hubiese encarnado?”; es una cuestión carente de sentido; pues Cristo debía realizar su obra con o sin pecado, en la ‘plenitud de los tiempos’, es decir, en el momento en que los seres humanos hayan logrado la madurez necesaria para recibir la plena revelación de Dios .
Presentar la obra de Cristo en función de la de Adam es reducirla a una simple reparación de lo dañado por el pecado de Adam. Es verdad que Cristo nos redime del pecado, pero su labor es infinitamente más grande, nos lleva a la plenitud. Adam también estaba llamado a realizarse en Cristo.
En la Iglesia, siempre se ha tenido conciencia de la infinita grandeza de la obra de Cristo frente a la de Adam, aunque no siempre la teología ha logrado expresarla con claridad. Por ejemplo San Agustín argumenta, defendiendo la grandeza de la obra de Cristo frente a la obra de Adam, que con la obra de Adam solo adquirimos el pecado original. Sin embargo con la de Cristo alcanzamos el perdón del pecado original y el de los demás pecados que hemos cometido
En la Carta a los Romanos (5,15ss) Pablo nos transmite la afirmación de la superioridad de la gracia de Dios frente al pecado: “pero con el don no sucede como con el delito. Si por el delito de uno solo murieron todos Cuánto más la gracia de Dios y don otorgado por la gracia de un solo hombre Jesucristo, se ha desbordado sobre todos!”
La superioridad de la obra de Cristo con respecto a Adam queda clara si tenemos en cuenta dos aspectos: por una parte la dimensión dinámica y procesual de la imagen de Dios que Adam había recibido; éste se encontraba en estado de infancia, al inicio del camino. Por otra parte Cristo, el hombre perfecto, aporta de manera especial, el don del Espíritu Santo y así pone a la humanidad en una condición que es mejor que la que conocía Adam antes de la desobediencia.
El estado de justicia original en que fueron creados los primeros padres hay que entenderlo como un proyecto a realizar de manera gradual y procesual. Los dones maravillosos con que se encontraba constituido Adam hay que entenderlos como una expresión de lo que todo hombre está llamado a realizar en Cristo y que Adam con su pecado no pudo realizar.

1.4.- Dios nos salva desde nuestra condición.
La revelación bíblica nos habla de todo un proceso seguido por Dios para darse a conocer y dar a conocer su plan de salvación: “Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio de su hijo Jesucristo”.(Heb.1,1)  El Concilio Vaticano II nos transmite la misma experiencia: “Dios, en efecto, al revelarse a su pueblo hasta la plena manifestación de sí mismo en el Hijo encarnado, habló según los tipos de cultura propio de cada época”.(GS 58)
Todo esto nos lleva a considerar que Dios, en la llamada a la comunión que hace al ser humano, lo hace respetando su situación concreta, su situación de ser humano limitado. La teología católica ha expresado esta verdad afirmando que la gracia no sólo supone la naturaleza, sino que la perfecciona .
La llamada de Dios viene sobre un ser humano concreto, histórico; por tanto las condiciones en que se desarrolla la persona humana no le son indiferentes al proceso de salvación, por el contrario son parte de él.
Platón afirmaba que en la persona humana, en su mismo y único cuerpo residen tres tipos distintos de almas las cuales regulan diversos aspectos de la vida: la nutritiva que reside en el hígado, la sensitiva que reside en el corazón y la racional en el cerebro.
Santo Tomás , siguiendo las refutaciones que hace Aristóteles, va a precisar que, si el alma es la forma del cuerpo, en el cuerpo es imposible que existan tres almas; lo que existe son tres funciones u operaciones de la misma y única alma humana.
De igual modo afirma que “cuando una operación del alma es intensa, impide las otras” . Esto nos induce a pensar que el ser humano en condiciones de pobreza extrema o abundancia desmesurada corre el peligro de responder a ese llamado de Dios, sino más bien colocarse al margen de Él. Ya el libro de los Proverbios nos presenta esta verdad cuando en forma de oración presenta esta petición a Dios: “Dos cosas te he pedido, no me la niegues antes de mi muerte; aleja de mí falsedad y mentira; no me des pobreza ni riqueza, asígname mi ración de pan; pues, si estoy saciado, podría renegar de Ti y decir: ¿Quién es Yahvé?, y si estoy necesitado podría robar y ofender el nombre de mi Dios”(Prov. 30,7-9)
Esto nos ayuda a comprender como las situaciones históricas en que viven las personas no son ajenas a la Gracia salvadora de Dios. Existe una unidad indisoluble, pero no confusión, entre Gracia, Salvación y Liberación.

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