miércoles, 9 de agosto de 2017

La Eucaristía ¿Novedad o Rutina?

La fuente de la espiritualidad cristiana es el encuentro con Jesucristo. Y en particular, la eucaristía se convierte en el momento privilegiado por excelencia para este encuentro. En cada celebración somos testigos de la entrega total de Jesús a Dios y a los hombres. En ella “El Señor Jesús aparece, habla, se entrega en los dones de pan y vino. La misma iglesia se hace, más que nunca, “cuerpo de Cristo”. El Espíritu, Ruah de Dios y de Jesús, actúa, transforma, transustancia” .  No obstante, al participar en las celebraciones eucarísticas constatamos con frecuencia cómo muchas personas  no logran adentrarse en el sentido que comporta y nos ofrece cada celebración. Es decir, con facilidad la celebración llega a percibirse y vivirse como un encuentro  repetitivo y cíclico, donde la rutina ahoga la novedad. Urge pues, recuperar y volver a la esencia de la Eucaristía, para desde esta compresión reformular nuestra participación y vivencia.

Para los seguidores de Jesús la Eucaristía es más que una celebración, es conmemoración, actualización y recepción. Conmemoración, porque al celebrarla recordamos toda la vida, muerte y resurrección de Jesús; actualización porque dichos acontecimientos de salvación que recordamos no se queda en el pasado sino que se hace presente en cada celebración a través de la mesa de la Palabra y de la Mesa Eucarística, a través del obrar del Espíritu Santo;  y recepción porque nos hace beneficiarios de la gracia salvadora que se nos regala. En fin, la Eucaristía es la fiesta de la transformación, ya que transforma no sólo los dones eucarísticos en cuerpo y Sangre del Señor sino también nuestras vidas.



Conseguir que toda la asamblea tome parte en la celebración ha de ser el objetivo de nuestras comunidades cristianas, ya que la finalidad última de la Eucaristía, no es la presencia real de Cristo en el pan y el vino, sino que la Iglesia llegue a asimilar la comunión de vida que Cristo ofrece: es decir, la participación, la koinonía en Cristo, en su vida, en su alianza, en  su sacrificio pascual , por tanto, ¿ qué propuestas podrían ayudarnos a aquilatar nuestra  participación y así aprovechar la novedad que la Cena del Señor nos ofrece? En primer lugar, que  podamos tomar parte en lo que se hace, es decir que la comunidad tenga la oportunidad de participar, no sólo ver y escuchar, se trata de que la palabra y el pan compartido sean verdaderos alimentos de vida para la comunidad. En segundo lugar, tomar parte en lo que se dice, se trata de que podamos recuperar el sentido original de lo que celebramos: un encuentro entre hermanos que se reúnen movido por la fe en Cristo resucitado. Aquí tiene particular importancia los cantos, el rito de la paz, etc . Y en tercer lugar, una mayor articulación entre vida y celebración para que los participantes se sientan incorporados a la celebración, y para esto se requiere autenticidad y resaltar los acontecimientos de la vida.

Según J. C. R. García Paredes, una eucaristía vivida desde la novedad ha de valorar el año litúrgico con las diferentes connotaciones, referencias y coloridos; y  centrarnos sólo en la mesa del Pan y Vino eucarísticos, es decir asumir que la eucaristía se constituye de la mesa de la palabra y de la mesa eucarística.

Finalmente, ¿Qué signos concretos ha  de reflejar mi experiencia de encuentro con  la novedad de Jesús en la Eucaristía? Si realmente hemos encontrado a Cristo en la Eucaristía, si hemos saboreado y asumido su mensaje salvífico, hemos de convertirnos en testigos de esa presencia con el testimonio y a su vez en comunicadores de ella a otros, a través de la misión. En fin, una misión solidaria que nos involucre en el compromiso y lucha por los derechos y aspiraciones de los últimos; y no solo de manera teórica, sino en situaciones concretas.

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