Fe y sexualidad van de la mano. La
sexualidad es parte integral del ser humano, y no hay manera de que el éste pueda
abandonarla. Aunque hoy haya muchos que buscan tildar de “género” a la sexualidad, la sexualidad es parte intrínseca del ser
humano. Viene determinada por los genes en los cromosomas, que se manifiestan
físicamente de una manera específica en lo masculino o lo femenino.
La sexualidad tiene una dimensión
instintiva, una afectiva y una racional. La tendencia sexual es innata, está
ordenada al fin procreativo, y no exige la intervención de la inteligencia.
Diríamos que es lo animal del ser humano. Sin embargo, no nos rige el instinto
siempre, sino que éste es regulado por la inteligencia y es psicológicamente
trascendental. Supone, pues, la sexualidad humana un crecimiento del individuo
y de la sociedad en todos los aspectos. Por ello, la sexualidad es considerada
por la Iglesia Católica como don de Dios y clave de relación entre las
personas.
Ella es, por lo tanto, buena en sí misma,
porque es propia del ser humano. Nace el ser humano con ella y toda su vida
depende de ella. La mujer no puede pensar distinto de como lo hacen las
mujeres, porque sus neuronas tienen los cromosomas que la hacen ser mujer; lo
mismo el hombre. Esto quiere decir que somos seres sexuados, aunque no
significa que seamos sólo sexo. La sexualidad está siempre presente, pero no es
lo que nos determina.
Como la sexualidad es una realidad
objetiva y forma parte de los planes de Dios para el hombre, podemos decir que
es buena en todo su sentido. Así, debe estar sujeta a normas morales, como todo
lo humano. Como todo lo sensible debe estar contenido dentro de los límites que
el espíritu pone, así toda la sexualidad debe ser regida por la ley natural.
Esta ley natural procura que la sexualidad sea un vehículo biológico de la
entrega hombre-mujer. Esta parte de la demostración del amor humano afecta
todos los planos del ser, incluyendo los afectivos y espirituales.
La sexualidad procura la propagación
de la especie humana, y, ordenada desde los planes de Dios, busca manifestar el
amor de Cristo de una manera esponsal. Entonces, las dimensiones biológica (el
instinto o la tendencia), pática (afectiva) y noética (lo racional) son las que
se integran en la unidad pluridimensional del ser humano. Así, la sexualidad
hace de la persona un signo de la humanidad querida por Dios.
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