lunes, 7 de agosto de 2017

Iluminación Bíblica Para la Celebración del Año de la Fe

El Papa Benedicto XVI ha convocado al “año de la fe” mediante una Carta Apostólica, llamada: Porta Fidei “Puerta de la Fe”. El año comienza el 11 de octubre, que celebra el 50 aniversario del Concilio Vaticano II y concluye con la fiesta solemne de Jesucristo, Rey del universo, el 24 de noviembre de 2013. El propósito de la convocatoria es: conocer y profundizar los contenidos de la fe, profesarla, anunciarla, celebrarla, y testimoniarla en la caridad. La llamada va despertando una inquietud necesaria: las personas quieren saber sobre la fe que profesan y buscan entenderla. Este artículo desea apoyarse en las Sagradas Escrituras, para sumarse a todas las iniciativas que provocan reflexiones en torno a la temática que toca nuestra sensibilidad existencial-espiritual.

Para hablar de “fe”, el Antiguo Testamento utiliza la palabra hebrea: ’amanah, que también significa “verdadero”. Si buscamos la raíz verbal del concepto, localizamos el término: ’aman “sustentar”, “establecer”, transmitiendo la idea básica de “firmeza”. El mundo bíblico compara la fe con lo “seguro”, digno de confianza. Vea, por ejemplo, la imagen del Sl 131, donde una mujer, con su niño cargado y desmamado, se convierte en modelo teológico, cotidiano, para hablar de complejidad con un lenguaje sencillo. El gesto es un recurso pedagógico para invitar al pueblo a confiar en Dios de la misma manera que el infante en los brazos maternos.



De forma curiosa, el verbo ’aman “sustentar” se presenta en el universo veterotestamentario en tiempo participio. Cuando un verbo está en participio significa que su acción es continua. En el aspecto teológico transmite que el acto de ser “sustentado”, mediante la fe, no tiene límite conclusivo. Es una acción sistemática y, según Dt 7,9,  es “segura”: “el Señor, tu Dios fiel…, guarda su alianza y su misericordia”.

Lo Firme da seguridad a quien se siente débil. Para conquistar tal soporte, según el profeta Isaías es necesario “creer”, pues quien no “cree” no permanece (Is 7,9). Sólo se puede ser firme aceptando a Dios como Fuerza y Tesoro (Is 33,6). En este sentido, la fe renuncia a los recursos materiales como garantía, para abandonarse totalmente a una riqueza ilimitada. En la literatura profética el único camino para no vacilar es procurar tal Tesoro intensamente (Is 28,16).

El AT, para hablar de fe, también utiliza la expresión “conocer a Dios”, que es lo mismo que “experimentar a Dios” mediante su palabra y sus actos. “Fe”, “conocimiento” y “práctica” son actos simultáneos, no conglomerados de forma independiente. Varios ejemplos ayudan a concretizar, de forma sencilla, lo que acabamos de decir. Los padres y las madres de la fe iluminan nuestra fragilidad: ante las dudas, los miedos, las incredulidades, y el convencimiento de lo “imposible”, se pusieron a camino, y es en ese trayecto donde conocen y reconocen la autoridad de Dios para cumplir sus promesas (Gn 15,1).

La fe bíblica es tan rica que no se define en frases, pero se teje en la historia de manera extraordinaria. El Dios de Moisés y de Mirian fue siendo acogido por el pueblo. El pueblo esclavo acoge al Dios de la liberación. Ante tantos dioses ciegos, sordos, indiferentes y distantes, abrazan al Dios que “ve”, “escucha”, “conoce”, y “baja” para comprometerse con la vida (Ex 3,7). Al creer en ese Dios de la liberación también otorgan autoridad a aquella persona intermediaria (Ex 14,31; 15,20). Mujeres y hombres sensibles bordan en complicidad un proyecto de liberación, empeñados-as en comunicar las verdades justas que le son reveladas. Vean, por ejemplo, las parteras egipcias, con astucia, socorren a las mujeres hebreas (Ex 1). Aún siendo extranjeras, utilizan las estrategias mentirosas del propio faraón para salvar a los pequeñitos. Ellas descubren y comunican al Dios de la vida aconteciendo en un sistema que promueve la muerte.

Las parteras, se convierten en testimonio de lo inesperado: un faraón poderoso, nervioso y temeroso de infantes recién nacidos (Ex 1). Puedo interpretar que la fe es eficaz y poderosa, conspira con la justicia. Ella se desborda en lo frágil e inocente que busca vivir. La fe acude revistiendo de fuerza lo que se reconoce débil; no está condicionada por estratificación social, ni por relaciones de género o nacionalidad. Ella se deja encontrar por quien la procura de corazón sincero. Según la teología bíblica, la fe está disponible para toda persona dispuesta a “oír” y “estar atenta” a las señales de “justicia” que Dios inspira en el corazón, fuente de raciocinio y entendimiento.

La referencia a la “fe” también se encuentra en el NT. Algunas veces, la palabra es sustituida por “amen”, que puede significar “certeza” y “seguridad” en lo comunicado. La tradición coloca en boca de Jesús la sugerencia: “Ten fe en Dios” (Mc 11,22). Analizo que se trata de “contar con Dios”, “estar en actitud de apertura” a sus posibilidades. Jesús habla de una fe ilimitada, enfocada en la realidad y al servicio de la vida. Se localizan varios ejemplos femeninos que permiten definir la fe. La fe es el abrazo de Isabel y María celebrando el misterio de la encarnación (Lc 1,39-45). Es la mujer con el flujo de sangre corriendo tras el “manto” de Jesús, o sea, tras su persona, su proyecto y sus exigencias, cuando siente la vida desperdiciándose de forma insignificante (Mc 5,25-29). Fe es exigir de Jesús, como la siro-fenicia, los privilegios que Dios concede a la humanidad (Mc 7,24,30). Fe es darlo todo, como la viuda, y quedar en paz (Mc 12, 41-44). Es quebrar y derramar el perfume, como la mujer a los pies del Maestro, sin miedo a gastarlo (Mc 14, 3-9). La fe es permanecer al pie de la cruz, como las que lo acompañan de cerca, sin querer salir huyendo del sufrimiento necesario (Mc 15,40,41).

La teología del NT deja claro que la fe es un don precioso (2Pd 1,1). Es una gracia. Pero, ¿qué es gracia? En hebreo, hen y en griego, charis, la gracia está íntimamente relacionada con el favor de Dios. No se adquiere por cuenta propia. Hay que pedirla y, una vez recibida, es necesario rogar para que sea aumentada, por su esencia inagotable. El crecimiento en la fe busca firmeza (2Cor 10,15; 1Cor 15,58), lo que incluye un auto-examen para verificar si nuestras prácticas poseen actitudes que brotan de la fe (Rm 14,13)

La fe contiene cierto grado de oscuridad: ella concede certeza y confianza, mas no permite la totalidad del conocimiento. De ahí que, caminar por fe tiene un matiz diferente a caminar por la visión (2Cor 5,7). En asuntos de fe no se satisfacen todas las inquietudes a la luz del día, pues qué mérito tendrían nuestros pasos si no se apuesta por aquello que existe, aunque no lo palpemos. Confiar, cuando Dios hace silencio, habla de una fe madura. Así lo entiende el salmista cuando se anima así mismo para perseverar en su vigor teológico: “¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez” (Sl 42,12). La fe permite acreditar en Dios aunque la realidad de turbulencia lo oculte. Esto recuerda una imagen: la neblina cubriendo la montaña. Nuestros ojos miopes no la identifican, pero ella se mantiene. En Juan 20,29 encontramos palabras apropiadas para iluminarnos: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que no vieron, y sin embargo creyeron”.

La carta a los Romanos 8,24-26 relaciona la fe con la esperanza. Pablo asegura que la “esperanza” que se ve no es “esperanza”, e interroga: “¿por qué esperar lo que uno ve?” Para el apóstol esperar lo que no vemos, supone aguardar con paciencia. Como somos desesperados-as, él asegura que la fuerza del Espíritu viene en nuestro rescate, intercediendo por nosotros-as con gemidos indecibles. Este sentido también se encuentra en Hebreo 11,1: “la fe es la garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven”.

Al mismo tiempo, la teología paulina une “fe, esperanza y amor” (1Cor 13,13). Observo que el amor integra las relaciones interpersonales, la convivencia ético-comunitaria en la esfera social. Pues bien, una fe sin obras solidarias es semejante a una guitarra sin cuerdas. Pero, ¿cómo se concretiza todo esto? Hay un medio muy eficaz para poder desarrollar líneas de acciones que ayuden a aterrizar la teoría: la Palabra. Para el apóstol, la Palabra está cerca, en la boca, y en el corazón del ser humano. El contenido de esta Palabra es que Jesús viene de Dios (Jn 16,30), es el bendito de Dios (Jn 6,69), por Dios resucitado para hacernos partícipe y comprometidos-as con la vida plena (Rm 10,8-9).

No me extrañaría que, a tanto hablar sobre la fe, me aparte de su fundamento. Porque, me atrevo a decir que la dificultad de reflexionar sobre ella está en su extraordinaria simplicidad. Por ejemplo: si vemos una madre tirar el pan de la boca para darlo a sus hijos-as, convencida de que así quedará satisfecha, estamos próximos-as al misterio de la fe. La fe es Dios donándose enteramente. Permite leer la historia y sus acontecimientos de forma saludable. Nos introduce en las entrañas Divinas para aproximar a la humanidad de Dios. Se contagia en comunidad, y luego se divulga, no queda estática, es itinerante. En resumen: no hay discursos teológicos que exploren su profundo significado. Es, sencillamente, experiencia agradecida. Que el Espíritu Santo provoque en nosotros-as la petición apostólica registrada en el Evangelio de Lucas: “¡Señor, auméntanos la fe!” (Lc 17,5).

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