lunes, 7 de agosto de 2017

La Iglesia en Defensa de la Dignidad Nacional

Un Repaso a la Homilía de Mons. Víctor Masalles.

El 21 de enero de este año, los obispos publicaron un documento que buscaba rescatar el espíritu del legendario sermón del dominico Fr. Antonio de Montesino. Esta carta llegó a ser una legítima adaptación de dicho sermón aplicado a nuestra situación actual. Sin embargo, no es la carta sino la viva escena del joven obispo predicando frente a las autoridades políticas el día 27 de febrero, lo que mejor nos ha recordado aquello que vivió nuestra joven Iglesia hace 500 años.

El Te Deum es una liturgia fundamentalmente basada en la gratitud. Es por esta razón, que Monseñor Masalles comienza su homilía recordando y agradeciendo los primeros pasos de nuestra historia como pueblo dominicano. Señala que aquellos hombres y mujeres “fundadores de la dominicanidad”  profesaban la fe en Dios Trino y Uno; precisamente sobre las bases de esta fe cristiana tuvo nacimiento nuestra nación.



Otro hecho notorio y más reciente, fue la Reforma de la Constitución. Este magno documento es el símbolo de la soberanía de un pueblo. En él se contienen los principios fundamentales de nuestra identidad nacional y los derechos que salvaguardan la dignidad de los dominicanos. Es el deber de todos hacer valer estos principios, pues de lo contrario será imposible “construir un estado de derecho en donde se pongan en práctica y sean respetadas las leyes dominicanas”.

El obispo es claro cuando recuerda que la Iglesia tiene un especial rol social y político en la vida del pueblo dominicano. La soberanía nacional no le es ajena a la Iglesia, también forma parte de sus preocupaciones. De hecho, los grandes hombres y mujeres de nuestra historia se han inspirado en los valores cristianos para construir una patria mejor para todos.

Mons. Víctor Masalles insiste varias veces en el deber y el derecho que tiene la Iglesia cuando se trata de denunciar las decisiones políticas y económicas que atentan contra la dignidad de los seres humanos. La Iglesia como madre tiene que defender sus hijos, y quién mejor que Ella para cuidar de los intereses del pueblo. Ella conoce muy bien los dolores y las alegrías de todos los dominicanos y no permitirá que discursos demagogos engañen al pueblo.

Es muy realista nuestro obispo cuando apunta que hoy las denuncias de la Iglesia tienen una desventaja respecto de aquellas amonestaciones que Montesinos pronunció. A los opresores de hoy la salvación no les dice nada, mucho menos la amenaza de condenación eterna. Nuestros nuevos encomenderos son capaces de quedarse inmutables ante los reclamos de justicia. Al final solo queda, que la historia y el mismo Dios que la dirige haga brillar su justicia donde ésta parece haberse desvanecido.

Nuestros jóvenes ven a diario las consecuencias de este caos. Como resultado, por ejemplo vemos que ya no se percibe el trabajo como algo valioso, sino que se busca el dinero a toda costa, al punto de incurrir incluso en el crimen con tal de adinerarse. La impunidad que protege a los grandes maleantes de nuestro país es un terrible ejemplo y un gran desaliento para los que quieren escoger el camino de los valores.

El evangelio de aquel domingo, 27 de febrero, también fue muy adecuado para complementar las observaciones que ha ido haciendo nuestro predicador. “No se puede servir a Dios y al dinero”. El dinero y la preocupación por acumularlo entorpecen en gran medida la calidad de vida de la sociedad dominicana, en especial, la de los sectores más empobrecidos.

Finalmente, el obispo expresó en sus últimas palabras que el señor presidente cuenta con las oraciones de la iglesia dominicana, pero que no puede olvidar su responsabilidad de impulsar “la construcción de una auténtica dominicanidad”, proyecto que estará siempre en realización. El pueblo ha depositado su confianza en él y por eso lo ha elegido. El mandatario por su parte debe “corresponder dignamente a esta confianza”.

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